21Jun
Gente joven
21/06/2022 - Gente joven
El mundo tiene que elegir: cooperar o colapsar
En conjunto, amenazan la
estabilidad y la prosperidad de los países en todo el mundo. Esa amenaza podría
acelerar el repliegue ante la globalización y la cooperación internacional que
muchos países han iniciado ya.
Esta no es la lección que se debe
sacar. La COVID-19, el cambio climático y, ahora, el fantasma de una crisis
alimentaria global demuestran claramente que los problemas del mundo están muy
ligados entre sí, como también las soluciones. El poder de la cooperación ha
quedado patente en la respuesta coordinada a la agresión de Rusia. Se necesita
más cooperación, y no menos, para abrirnos camino en otras crisis y poder
avanzar.
Esto se puede aplicar incluso a
la inflación, un agudo problema que los estadounidenses, como muchas personas
en otros países, esperan que sus gobiernos nacionales resuelvan. La inflación
es ahora más alta que en cualquier otro momento desde principios de la década
de 1980, lo que significa que muchas personas no pueden permitirse seguir
comprando los mismos productos y servicios. Los republicanos han intentado
culpar al gobierno federal del aumento de los precios, por haber
sobreestimulado la economía nacional con fondos de ayuda para responder a la
pandemia, y los analistas económicos coinciden, en general, en que este ha sido
uno de los factores.
El banco central de Estados
Unidos, la Reserva Federal (Fed, como se le conoce en EE. UU.), responsable de
mantener a raya la inflación, fue inicialmente lenta en su reacción. Pero ahora
está actuando con urgencia para encarecer los créditos y, de ese modo, enfriar
la demanda de productos y servicios. El 15 de junio, la Fed elevó su tipo de
interés de referencia en 0,75 puntos porcentuales, una subida atípicamente
fuerte.
La alta inflación en otras
economías desarrolladas subraya que el aumento de los precios es un fenómeno
global, causado en gran parte por las interrupciones mundiales en el suministro
de combustible, alimentos y otras mercancías. A medida que la Fed ponga coto a
la demanda, el gobierno de Biden puede paliar las dificultades económicas con
medidas que amplíen la disponibilidad de los productos y servicios. Algunos de
los obstáculos son internos: Estados Unidos debe proponerse en serio construir
más vivienda, por ejemplo, que para la mayoría de las familias estadounidenses
supone el gasto más alto.
Otros son globales: la Casa
Blanca debe arrimar el hombro en la tarea de aumentar la producción global de
energía, fomentando la extracción de combustibles fósiles a corto plazo e
invirtiendo en el desarrollo de fuentes de energía sostenibles. También hemos
hecho un llamamiento al presidente Biden para que acabe con los aranceles a las
importaciones chinas, una medida que el gobierno ya está considerando, según
las informaciones.
Estados Unidos puede ayudarse a
sí mismo y al resto del mundo trabajando con otros países —en especial los de
África, Medio Oriente y el sur de Asia que corren un mayor riesgo— para abordar
una inminente y grave crisis alimentaria. El desabastecimiento ya es muy
acusado en algunas partes de África, y algunas de las razones son bien
conocidas: las temperaturas extremas a causa del cambio climático, los estragos
económicos de la COVID-19 y la desigualdad de los recursos. Pero la cruel
guerra rusa contra Ucrania ha generado un nuevo y abrumador problema.
Ucrania es la cuarta mayor
exportadora de grano y semillas del mundo, sobre todo maíz y trigo, pero, con
sus puertos ocupados o bloqueados por Rusia, su capacidad de exportación se ha
reducido drásticamente. Es esencial poner en circulación el grano ucraniano.
Gran parte de él se destina normalmente a los países en desarrollo que se
enfrentan a la escasez de alimentos más grave, y hay que vaciar los silos
ucranianos para dejar espacio al grano que está a punto de ser cosechado.
A eso hay que sumarle otros
factores relacionados con la guerra: las sanciones contra Bielorrusia y Rusia
que han reducido el suministro mundial de un fertilizante fundamental, la
potasa; los graneros destruidos por los bombardeos rusos; los países que, como
India, suspenden la mayor parte de sus exportaciones de trigo para asegurarse,
comprensiblemente, de cubrir su propia necesidad; y es obvio que la guerra de
Vladimir Putin está teniendo unas repercusiones devastadoras en el
abastecimiento y el precio de los alimentos mucho más allá de las fronteras de
Ucrania.
Como ocurre demasiado a menudo,
son los países más pobres los que se llevan el golpe más duro, y la historia
demuestra que el hambre puede volverse letal rápidamente. Nigeria, Somalia,
Etiopía, Egipto y Yemen ya están sufriendo penurias a causa de la escasez de
alimentos, como señala The Washington Post; el aumento de los precios ha
provocado protestas en Argentina, Indonesia, Túnez y Sri Lanka, entre otros
países.
Lo que más limita la exportación
de grano ucraniano es la incapacidad del país de utilizar su principal puerto
en el mar Negro, el de Odesa. Ucrania ha intentado exportar su grano por
carretera, por ferrocarril y por río, pero estos métodos permiten una carga muy
inferior a la que se podría exportar a través de los puertos ucranianos. Antes
de la invasión rusa, Ucrania exportaba una media de 3,5 millones de toneladas
de grano al mes. Esa cifra cayó hasta las 300.000 toneladas en marzo y en abril
aumentó a poco más de un millón de toneladas.
Odesa podría asumir ese volumen,
y sigue bajo el control ucraniano. El problema son los buques de guerra y las
minas que impiden el transporte marítimo. Rusia ha dicho que está dispuesta a
abrir un corredor seguro para la salida de Odesa, pero que esperaría que, a
cambio, se levantaran algunas sanciones. Estados Unidos y sus aliados se han
resistido a levantar cualquier sanción; los ucranianos dicen que no se puede
confiar en Rusia.
El tiempo se acaba. La cosecha de
trigo del invierno está ya madura, y, según los cálculos de las Naciones
Unidas, hasta 25 millones de toneladas de grano podrían echarse a perder en
Ucrania si no se exportan pronto. Incluso con un acuerdo inmediato para
despejar el camino a Odesa, se necesitarían semanas para organizar una flotilla
dispuesta a correr el riesgo de entrar en una zona de guerra y pagar el seguro
y la escolta necesarios. Si se utilizaran los barcos de la OTAN, surgiría el
peligro de una confrontación directa con los buques de guerra rusos, cosa que
los aliados occidentales se han propuesto evitar.
El secretario general de la ONU,
António Guterres, ha declarado que “no hay una solución efectiva para la crisis
alimentaria sin reintegrar la producción agrícola de Ucrania y la producción de
alimentos de Rusia y Bielorrusia en los mercados mundiales, a pesar de la
guerra”. Sugirió, de hecho, que Estados Unidos y Europa relajen las sanciones
existentes contra las exportaciones agrícolas rusa y bielorrusa a cambio de
permitir que el grano ucraniano llegue sin trabas al resto del mundo.
Es encomiable que se intente
anteponer el suministro mundial de alimentos a las exigencias del conflicto,
pero la suavización de las sanciones que pide Rusia —las impuestas a las
exportaciones y las transacciones económicas rusas, como dijo el viceministro
de Exteriores, Andréi Rudenko, en los medios estatales— sería ceder ante la
agresión de Rusia y a su intento de chantaje humanitario.
Lo que sí podría funcionar es que
los países que pueden verse más afectados por la crisis dirijan a Putin un
llamamiento conjunto. Putin ya ha mantenido reuniones bilaterales con los
dirigentes de Turquía, Israel y la Unión Africana, entre otros, y ha insistido
públicamente en que los únicos responsables de que surja una crisis mundial de
alimentos y energía son la codicia de Occidente y las sanciones occidentales.
Repitió enfáticamente ese mensaje en un discurso pronunciado el viernes en el
Foro Económico Internacional de San Petersburgo, y culpó a Estados Unidos de la
inestabilidad mundial.
Sin embargo, quizá le resulte más
difícil desoír un llamamiento de los países amenazados por el hambre, y en
especial el de aquellos que hasta ahora se han resistido a las presiones
occidentales para que contribuyan al ostracismo de Rusia. Estados Unidos
debería alentar y apoyar ese llamamiento, que haría que estos países se
involucraran al servicio de sus propios intereses críticos. Y si ese
llamamiento incluye una propuesta para proporcionarles escolta a los barcos con
bandera ucraniana, Ucrania podría sentir menos desconfianza.
Existe una acuciante escasez de confianza y cooperación internacional, pero es la única manera de salir de cualquiera de estas crisis entrelazadas. El gobierno de Biden debería verlo como un momento crítico para el liderazgo de Estados Unidos en el mundo, y dar un paso adelante para afrontarlo.